Vida Diamante

Recuerdo que cuando era niño estaba siempre haciendo algo, desde que mi día empezaba era como una maquinita de hacer cosas (y creo que sigo siendo así de alguna forma). Uno de los recuerdos más vividos que tengo es que siempre antes de ir al colegio me despertaba con un aroma particular. Un aroma que comunicaba muchas cosas indecibles.

Yo debía entrar a clase a las 7 am, me despertaba a las 6:05 am porque
mi colegio quedaba muy cerca de casa.

Mi abuela se despertaba un poco mas temprano que yo con la única excusa de preparar mi desayuno. Unas tortillas de pan de maíz muy populares en mi amada zona Colombo-Venezolana que llamamos “Arepa“, parecidas a las pupusas de centro-américa y mucho mas gruesas que las tortillas mexicanas.

Ella se había comprado varios tostadores de arepas en uno de sus múltiples viajes a Miami. Pero las que más me gustaban eran las que me hacía de sarten. Había un pequeño sarten en dónde colocaba la masa de modo que abarcase toda la superficie.

El ritual para mi siempre era el mismo. Me despertaba, me cepillaba, me vestía, repasaba el horario y me aseguraba que mi mochila escolar estuviese completa. Todo lo hacía con afán, apurado. Típico mal estudiante que no preparó sus cosas la noche previa.

Mientras hacía todo esto el aroma de arepas que inundaba toda la casa me aseguraban que mi abuela se había parado más temprano que yo, que no tenía de que preocuparme.

Hacer una arepa es un trabajo individual y detallado. No es como hacer una sopa o una olla de arroz, pasta o ensalada.

Cada arepa debe amasarse, hacerse, abrirse y rellenarse por separado, es algo individual. En cada arepa mi abuela derramaba su amor por mí de manera individual, cada mañana. Con sus propias manos. Lo hizo en silencio. Durante toda mi escolaridad e incluso buena parte de mi adultez.

Mientras bajaba las escaleras ya sabría lo que me esperaba. A pesar de mi afán no podía evitar el pasar al menos media hora oliendo arepas, escuchando la licuadora y la sarten. Y después aquel silbido….

Al llegar a la mesa encontraba mis arepas tapadas, queso rallado, atún, mantequilla, kétchup y un jugo de lechosa o patilla sin semillas, bien colado y dulcísimo tapado con una servilleta. Con frecuencia encontraba una nota que decía: DESAYUNO LEO en mayusculas.

No con tanta frecuencia, cuando las vacas estaban gordas encontraba diablitos, queso fundido y un billete de 20 bolívares abajo de mi plato que me hacía el día.

Se había hecho costumbre. Tantas veces que se me había olvidado darle las gracias. Incluso más de una vez le pedí que por favor no se molestara, que yo estaba bien.

Era imposible detenerla, mi desayuno estaría listo siempre. La mujer había hecho un pacto con ella misma. A ella no le importaba. Una vez terminaba, regresaba a terminar de dormir.

Mi abuela no dedicó mucho tiempo a estudiar la Biblia sino hasta sus últimos 2 años de vida, sin embargo durante décadas ella me predicaba sobre el amor precisamente cómo lo describe nuestro Señor en 1 Corintios 13.

Esto es de una manera despegada, sacrificial, soportándolo todo, sin pedir nada a cambio, sin buscar alabanzas y sin buscar ajustes de cuentas.

Mi abuela era de carácter fuerte y de reglas claras pero era inevitable el cómo demostraba que me amaba. El Señor actúa exactamente de la misma manera con sus hijos. La Biblia nos describe un Dios fuerte y de reglas claras pero fiel que demuestra su paciencia y su amor de Padre hacia hijos infieles, ingratos y rebeldes.

Mientras estamos en los afanes de la vida El está en silencio preparando un camino para nosotros. El se levantó más temprano, preparó la masa con detalle, midió la temperatura del sarten con un dedo mientras cantaba, nosotros ignorantes y limitados, absortos en el ajetreo del diario vivir y siendo totalmente ingratos, pensando que podríamos hacerlo sin su ayuda.

Dios está siempre preparando nuestras mesas, nunca nos falla y en eso debemos descansar cuando el peso de este mundo caído nos agobie. Eso es precisamente la gracia, es bondad inmerecida… Y por borbotones. Cada día lo demuestra en tantas bendiciones que no merecemos y que ni siquiera hemos pedido.

Hay muchos pasajes que ahora vienen a mi mente “Aderezas mesa delante de mí” o “Jehová va delante de ti” o “sea mi oración fragante incienso” y “El preparó caminos de antemano para nosotros” pero fundamentalmente me acuerdo de ese pasaje en dónde Pablo habla de que el amor que Cristo ha derramado por sus hijos tiene un olor particular, una fragancia:

 “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan 2 Corintios 2:14

Que nuestras vidas siempre puedan percibir ese grato aroma de amor. Ese es el Dios que nos escogió, que conoce nuestra condición pecaminosa pero aún así decidió amarnos y nos amó primero. El Dios que nos demuestra con detalles simples y cotidianos (pero esmerados y hermosos) que nos ama y que siempre nos espera.

Por último, nunca estuvo libre de errores pero esa faceta de mi abuela describe perfectamente bien el carácter de Cristo. Un ejemplo de fidelidad, mayordomía, dominio propio, gracia y piedad.

Hoy que las mujeres “facturan” y que ya no quieren ser madres, mucho menos abuelas, entiendan que no hay mayor tesoro que estas vivencias y que es difícil encontrar superior muestra de amor para un niño que escucharlas cantar en la cocina mientras vierten su amor en aquello que preparan esmeradamente para que nosotros consumamos.

El es bueno. Reconozcamos su bondad y su fidelidad a diario; Su amor nos persigue. Eso es el evangelio, gracia, verdad y salvación. Gratuitamente e inagotablemente del Dios de los desayunos, el Dios de mi abuela…

…El Dios del olor a las arepas.

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Teología

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  1. A las cosas cotidianas solemos dar poca importancia, pero acostumbran a ser las más importantes en nuestros recuerdos.
    Todos tenemos un cajón repleto de recuerdos sin aparente importancia, sólo tenemos que abrirlo, contemplarlos detenidamente y aparecerán ante nuestros ojos con la misma frescura que los vivimos en su momento. Es una buena oportunidad para agradecer todo aquel cariño que nos dieron y no supimos ver.

    Gracias por la ternura derramada en una página que ha llegado hasta el otro continente. En la época que vivimos, nos hace falta parar el tiempo unos minutos.

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